jueves, 27 de marzo de 2014

Igualdad y diferencia

Somos los hombres y las mujeres iguales o diferentes? Los filósofos prefieren hablar de identidad en vez de igualdad. Somos idénticos, por ejemplo, en que todos somos hijos. Pero siempre hay matices ¿es lo mismo ser hijo que hija?
En realidad somos iguales y diferentes simultáneamente y en lo mismo. Somos iguales por ser personas; por participar de la misma naturaleza; ambos tenemos cuerpo y espíritu. Y a la vez somos diferentes en cuanto al cuerpo, a la psicología y al modo de ver las cosas.

Sin embargo, somos más iguales que distintos, pues la diferencia se calcula únicamente en un 3%. Esto lo afirman los genetistas que evidencian que todas las células de nuestro cuerpo son sexuadas. Hasta las de los dedos de las manos son o XX o XY. -Seguramente la endocrinología aumente ese %, porque la diversa combinación de hormonas condiciona bastante la biología y la psicología-. Pues bien, ese pequeño % presente en todas las células, lo está igualmente en todos los ámbitos de nuestra personalidad.

Esa pequeña diferencia nos hace complementarios; allí donde juegan masculinidad y feminidad mana fecundidad, no sólo en el aspecto biológico, también en el cultural, en el artístico, en el político y en el social. Sin embargo, se trata de plantear nuevas hipótesis porque la complementariedad se ha entendido mal. Durante siglos, y aún hoy en día la imagen intelectual de la complementariedad es la del andrógino platónico: un ser dividido en dos mitades, y que se completan en uno aportando cada cual la mitad. (El andrógino sigue actuando en el imaginario).

Sin embargo, el caso del ser humano no es el del andrógino: la unidualidad humana está compuesta por dos seres humanos que se hacen uno. No es que originariamente uno se parta en dos, sino al revés, dos que se hacen uno. Pero no deja de haber complementariedad, biológica, psicológica y ontológica. Esta es una parte de la antropología que está sin desarrollar a la que yo he venido a denominar pomposamente ANTROPOLOGÍA DIFERENCIAL. Porque - como afirma Janne Haaland Matláry- el «eslabón perdido» del feminismo es «una antropología capaz de explicar en qué y por qué las mujeres son diferentes a los hombres»[1].

Por otra parte está el grave problema de la subordinación de la mujer, todavía existente en la práctica en diferentes aspectos y justificada en alguna cultura, como la musulmana. En este aspecto se centra todo el ámbito académico, que ha forjado hasta términos específicos, como «el patriarcado», cultura en que domina en androcentrismo. Y los/as distintas intelectuales forjan sus términos para combatirlo. Así Amelia Valcárcel[2] emplea el término «equipotencia» o el de «equivalencia» de Børresen[3], para poner de manifiesto que varón y mujer son de la misma categoría también en su distinción. Otro término importante es el de «modalización».

Pero a mi modo de ver los términos por excelencia son: ««reciprocidad» y «complementariedad». La RECIPROCIDAD es «pieza clave». En honor a la justicia el que ha matado todos los fantasmas de la «sumisión unilateral» es Juan Pablo II, en las Audiencias Generales sobre Teología del cuerpo, que comenzaron en 1979 y se desarrollaron hasta 1982, y especialmente en la Carta apostólica Mulieris dignitatem, n. 24 de 1998, cita 49. Ahí reinterpreta todos aquellos pasajes neotestamentarios donde parece que está revelada la sumisión de la mujer sin que esta sea mutua o recíproca. Son 7 pasajes, 6 de ellos de San Pablo, en los que se conservan el modo de vivir la relación varón-mujer en la cultura judía y romana, pero no expresa la «novedad evangélica», aunque si la predica en otros lugares.

Luego está el tema de la COMPLEMENTARIEDAD. Hay autores que tienen reparos en utilizarlo, como le pasa a Ángelo Scola: habla de la “reciprocidad asimétrica”. Pero a mi no me gusta. La asimetría sigue arrastrando el fantasma de la superioridad del varón. El Papa habla -y le cito a él, no por su autoridad para los católicos, sino porque es el intelectual que más a fondo ha tratado este tema- «Unidualidad relacional complementaria (Carta a las Mujeres, nn. 7-8)». Si se entiende bien se puede seguir hablando de complementariedad.

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